«El país hace agua por todos los rincones, hasta esta altura llegarán sus aguas, y los alisos en su delgadez no podrán ocultarnos. «Cuando la concha de los muertos llegue flotando,/repicarán aquí»
Tomado de un texto de Carolina Lozada
(publicado en el portal de Letra Muerta)
Civiles visitó el 09 de noviembre de 2017 los urbanismos colindantes al Lago de Valencia, sur de Maracay: Mata Redonda y Aguacatal II. El encuentro convidado por vecinos de Mata Redonda que asistieron a la reunión del 02 de noviembre de 2017, la cual se realizó en un conocido espacio de la ciudad que agrupa al gremio de empresarios y comerciantes de la ciudad. Esta reunión la asumimos como parte de las iniciativas que ofrecimos con relación a la problemática establecida y, a los planteamientos que fueron expuestas en nuestra mesa de trabajo dentro del Foro “Lago de Valencia: Panorama actual y perspectivas de solución”. La visita nos dio la oportunidad de evidenciar la situación de abandono, indiferencia, indolencia, desmantelamiento del gobierno para los que viven allí. La poca atención a la grave problemática del lago y a sus posibles alternativas de solución hace que la calidad de vida sea precaria.
Comenzamos con la despedida.
La negación al olvido la escuché cuando intenté despedirme de un grupo de personas en un lugar de nuestra ciudad, Maracay, llamado Aguacatal II. Nos lo dijo alguien que pudiera llamarse Jackeline, una mujer morena, de largo pelo negro, recogido en una cola de caballo, con la resignación en el rostro, arrastrada en un carrito que llevaba provisiones hacia su hogar, entre ellas un botellón de agua. Jackeline lanzó su súplica al viento, acompañada de una leve sonrisa que albergaba esperanza. Tuvimos un sobrecogimiento interno ¿Qué puodemos prometer? ¿Qué en nombre de Civiles se puede preguntar para que tanto ella como sus vecinos puedan aspirar a una vida mejor?
Pueden preguntarse ¿dónde queda Aguacatal II? ¿por qué estuvimos allí?
Aguacatal II es una comunidad de la zona sur de Maracay, estado Aragua, cercana al conocido Barrio Campo Alegre y colinda con el Lago de los Tacariguas [de Valencia], un cuerpo de agua que amedrenta sus hogares ya que no ha sido atendido en su saneamiento, en la contaminación que genera, en sus desbordamientos, en el descuido y omisión de los derechos humanos y civiles de los vecinos al permitir construcciones habitacionales en las riberas del lago. La amenaza es de tal magnitud que pudimos observar humildes viviendas devoradas por el agua en una alfombra verde compuesta por plantas acuáticas de diferentes formas, basura de toda índole, en algunos casos las aguas de color negruzco invaden completamente la planta baja de viviendas de dos pisos. Para paliar esta situación, las botas de goma forman parte de la indumentaria cotidiana para entrar y salir del hogar. Iniciamos el relato.
El principio.
No visitábamos este sector de la zona sur de Maracay desde hace muchos años, tantos que no recordamos la última vez de nuestro andar por allí. Nuestra memoria pasada nos lleva a la imagen de una amiga de una de nosotras, que vivía en la Urbanización La Esmeralda, parcelamiento cercano a nuestro sitio de destino, la memoria más reciente nos permite trasladarnos a sectores como la Urbanización La Mulera, donde vive una profesora colega de una de nosotras. Más allá del Hospital Los Samanes, los recuerdos son muy imprecisos y traicioneros porque son añejos, así que cuando se planteó esta visita, particularmente fue asumida como un redescubrimiento. Y así fue.
La visita fue planificada como respuesta a una invitación de algunos habitantes de la Urbanización Mata Redonda que asistieron a un encuentro dos semanas atrás [02 de noviembre de 2017], en un conocido espacio de la ciudad que agrupa al gremio de empresarios y comerciantes de la ciudad. Ese encuentro surgió del apoyo que la organización Civiles, en la cual participamos M y yo (S), ofrece a todas aquellas iniciativas que sirvan para demostrar la importancia de la sociedad organizada como vehículo y espacio de encuentro para debatir los grandes problemas de la ciudad; y el Lago de Valencia y su problemática representa una latencia, un escozor incómodo, un espasmo de drama y tragedia que podría ser todo lo que cabría en un proyecto de urbanismo bien concebido que no termina de materializarse, en definitiva es un espacio que no sana al sur de Maracay.
El recorrido comenzó en una suerte de espera. M trajo su vehículo para este transitar. Nos detuvimos en una avenida, frente a una importante cadena de farmacias en la Urbanización Los Samanes, esperando a otro vehículo que formaba parte de una pequeña comitiva organizada para este encuentro. Finalmente se nos acercó el compañero y conductor de ese vehículo, que nombramos “otro” y, al compañero lo llamamos D, éste nos explicó el alcance de la visita. El motivo de la espera fue que no había llegado una de nuestras guías, una señora residente de la zona de Mata Redonda y que conocimos en el encuentro mencionado antes. Ella fue una de las que invitó a constatar la grave situación que ellos viven en el sector. La señora la reconocí desde el retrovisor, con ágil andar, en pocos minutos estuvo a un lado del vehículo, saludó afectuosamente, se disculpó por llegar tarde. Tiene el pelo canoso, habla pausadamente, la llamaré C.
Nuestro compañero D, el conductor del otro vehículo, nos solicitó a M y a mí que lleváramos a C, y él nos siguió hasta llegar a destino. Acto seguido, C se montó en el asiento trasero y apenas el carro arrancó comenzó a conversar, habló de gatos y perros enfermos, de un secuestro trágico en su casa de Mata Redonda hace ya casi un año, donde sus afectos más cercanos se vieron involucrados y amenazados. Un susto tan estremecedor que les obligó a abandonar el que hasta ahora había sido su hogar, su santuario. Un espacio de afectos instalado en una de las zonas más perjudicadas de la urbanización. De primer momento no lográbamos comprender, a medida que amplía el relato vamos entendiendo. Tuvo que mudarse, no encontró otra salida, la intimidación de unos sujetos que amenazaron de una forma cruel y despiadada su espacio más íntimo, le obligaron a buscar refugio en otra parte. Mira y siente a su casa desde lejos, desde la imaginación viva que le dice que allí está dónde siempre, solo que sin sus moradores naturales, sin la cotidianidad de sus acciones.
Recorrimos un trayecto de abandono, de calles llenas de basura, el desvencijado paisaje antes de llegar a destino no hizo más que lanzar una premonición interna a nuestros sentidos. Lo que vendrá a continuación no será más que un preludio del desasosiego que puede sentirse al constatar tanta destrucción progresiva. La urbanización cuenta con amplias avenidas, a C le gusta eso, nos explicó que viene de la ciudad capital y que se trasladó a Maracay por circunstancias particulares que no vienen al caso, solo el atractivo de ese proyecto urbanístico que auguraba buenas experiencias de vida en una ciudad muy distinta de donde provenía, resultaba prometedor y además estaban esas amplias avenidas, esa distancia suficiente para estacionar, esa distancia que te permitía holguras en la calle, esa distancia que permitía no sentirse tan invadida por los vecinos.
Se puede mirar la casa de C desde la verja del jardín, nos invita a caminar por la calle hacia arriba, a lo lejos solo se ve una muralla, monte y una interrupción abrupta de la calle de circulación por agua de color oscuro, el olor es a descomposición, las moscas pululan alrededor nuestro. Antes de llegar hasta donde no se puede avanzar más, C saludó a un vecino, éste no pudo devolverle más que una exclamación por el color del agua que salía por su grifo. Miramos los que estamos allí presentes, no atinamos a articular palabra alguna, solo C y su vecino saben ese lenguaje de la convivencia compartida ante un problema que se ha extendido demasiado en el tiempo, el resto de los presentes solo somos unos extranjeros que intentamos comprender lo que pasa. M, a lo mejor puede ser ese intérprete que traduzca ese paisaje desolador de emociones, porque las casas abandonadas y las calles con sus grietas gritan a voces lo que fueron y que probablemente nunca volverán a ser.
Al regresar, leímos las pintas en el muro de una de las casas, que alguna vez fue totalmente blanco. Es alarma, es voz elevada en silencio. Callamos, solo caminamos, seguimos o acompañamos en una especie de marcha inexplicable. Volvimos a la casa de C, intentamos entrar, la idea, era mirar de cerca el muro de contención del río Madrevieja que colinda con el patio trasero de la casa. Llamamos a una vecina, quien tiene una mirada enigmática y escéptica, es posible que recele de nuestras caras extranjeras y la entiendo. No toma de buena gana que entremos a su hogar. No insistimos y decidimos seguir la sugerencia de llegar al otro extremo al final de la calle (por donde entramos), para apreciar mejor lo que significa estar tan cerca de un montón de tierra que pretende ser obstáculo para el cauce de un río, en este caso, el Madrevieja. Estas son las imágenes en las que pueden leerse.
Luego de ver la desolación, se divisaron dos personas a lo lejos y sentimos temor. C comentó que ella se devolvería para su casa, vino a traerles antibióticos a un perro y un gato que tiene en casa. Dijo que no tenía corazón para abandonarlos por completo y así la vimos alejarse a cumplir su misión. Terminó el periplo de Mata Redonda, esperábamos conversar con más gente que no apareció.
No se pudo. Es demasiado el dolor, pensamos.
Pudimos constatar que aún Mata Redonda tiene esas avenidas tan amplias, de las que nos hablaba C.
«En la orilla del lago
ya no florece el añil, madre, ni el algodón. Ahora sólo hay casas horribles,
con hombres y mujeres que se destrozan
y se entregan a sus pesadillas en la noche»
— Harry Almela
Final del trayecto.
Aguacatal II
Llegamos a Aguacatal II. Como mencionamos anteriormente, esta comunidad del sur de Maracay es cercana al sector Campo Alegre y colinda con otro sector ya desaparecido como lo fue Las Vegas y peligrosamente con el Lago de Valencia. Cuando M y yo nos enteramos que iríamos hasta allá no hubo de parte nuestra ningún viso de rechazo a la propuesta, solo mostramos la inquietud natural hacia una zona que era para nosotras completamente desconocida .
Podemos comentra que S no es muy buena para orientarse, tiene serios problemas sobre el particular, cuando maneja es susceptible a extraviarse muy fácilmente si no logra internalizar rápidamente el horizonte y paisaje de recorrido. Ella no supo explicar muy bien cómo pudimos salir de Mata Redonda para llegar a Aguacatal II. Solo tiene presente en la memoria cuando logramos avistar en una esquina a nuestro guía, un líder comunitario de la zona llamado P, quien nos llevó a constatar la situación que viven y padecen los moradores de la zona. A partir de allí, el recorrido fue seguir sus instrucciones para llegar hasta la barriada mencionada. P se subió al otro vehículo, al de nuestro compañero D. Les seguimos.
Circulamos por calles intrincadas y en algunos sectores con problemas de desnivel y de asfaltado, muchas calles estaban rotas, M sintió aprensión, el vehículo de D, iba adelante y era una camioneta, en cambio el nuestro era del tipo sedán, no estaba preparado para terrenos de tierra o en precarias condiciones de circulación como por donde transitábamos. Afortunadamente fueron pocos kilómetros de manejo cuidadoso hasta llegar a un recodo del camino donde empezamos a vislumbrar la tragedia. Estacionamos frente a una serie de casas muy humildes, desde la oscuridad del interior pudimos observar como una mujer de mediana edad y de contextura fuerte sacaba agua empantanada de su hogar con un cepillo. P nos presentó desde lejos, pudimos mirar por los alrededores.
¿Qué puede describirse de todo lo que observábamos que nos permita a través de la escritura, comprender y expresarnos de manera suficiente, lo que allí pasa? Es tan sórdido, dramático y precario lo que vemos que no creemos encontrar suficiente reservorio de palabras que explique lo que allí sucede. Aguacatal II y sus zonas aledañas son un reflejo de cómo la desidia, la indiferencia, la irresponsabilidad y esa falta de visión para planificar nuestros espacios urbanísticos, ocasionan desastres ambientales y humanos como los que allí pudimos mirar una y otra vez.
Es importante contar de F, un señor alto, espigado, mayor, que no pudo separarse de sus botas plásticas porque la planta baja de su casa está inundada por el agua, un líquido verdoso, opaco, sucio, lleno de desechos que pareciera anunciar desgracias una y otra vez mientras se apodera del espacio habitable de F. En la parte trasera de la casa y desde lo lejos logramos avistar a su esposa, pelo blanco, al descuido, la vista perdida, distraída, a lo mejor en actitud perpleja ante ese entorno diario que debe enfrentar.
Está también la casa que fue devorada por las aguas, a tal punto, que su único morador (le dicen el Náufrago) improvisó un pequeño bote de materiales metálicos de desecho para salir y acceder a su anegada vivienda. Es imposible encontrar sentido común para comprender cómo se puede vivir en esas condiciones sin perder la cordura y la estabilidad emocional. Es necesario una armadura no solo que aísle del agua sino que establezca barreras a la locura o al delirio.
La memoria nos trae al presente, al escribir este texto, algunos rostros, caras que van perdiendo nitidez a medida que pasan los días, otros están allí latentes, en una especie de recordatorio a la frase inicia “no nos olviden”. Es así que un hombre menudo, K, nos acompañó durante todo el recorrido que M y yo (S) realizamos. Nos distanciamos de D y de P, no sentimos temor, queríamos escuchar a K y su experiencia, mirar bien a su pequeña hija, quien ese día no estaba en el colegio por un problema relacionado a la falta de agua y nosotras no pudimos más que acongojarnos ante el panorama desolador que ofrece las circunstancias reales del lago. Esa masa de agua está a un lado de nuestro recorrido, quieta y sin embargo, amenazante cuando observamos con detenimiento todo lo que ha devorado: postes de luz, árboles, casas, centros comerciales, paradas de autobuses, parques, sembradíos, comunidades enteras de viviendas y su infraestructura asociada. Todo lo enumerado está bajo las aguas de un cuerpo líquido que pareciera no escatimar en voracidad.
K, no es un hombre tonto, conversa con facilidad de lo que sabe, de los políticos que han pasado por allí, funcionarios públicos que se deshicieron en promesas y hasta ahora no han materializado lo importante ¿qué hacer con todo este contingente de familias en riesgo? K, no entiende la indiferencia, nos mostró el frente de su casa afectado cuando el nivel de agua sube producto de las lluvias o cuando falla la bomba de achique que un organismo gubernamental dejó a lo lejos en el terraplén para que controle la furia de ese lago que pretende constantemente anunciar visitas poco amistosas a los moradores que lo circundan. Es una zozobra permanente.
Al caminar por las pocas calles que tiene la comunidad, los vecinos salieron de sus casas en actitud un poco recelosa, parece que pensaran que somos del gobierno, funcionarios de la alcaldía que están de incógnito para recabar información quién sabe con qué motivo. Para nosotros fue notorio que el abandono es tan grande que cualquier extraño puede ser vehículo para explicar lo que allí sucede, que trascienda con su mensaje ante la tragedia diaria que es vivir en una zona que es constante riesgo.
En un momento del recorrido la niña que nos acompañó, la hija de K, se acercó al lago a observarlo ¿qué pensará? ¿qué sentirá? ¿pensará acaso cómo esa inmensidad de agua pudo convertirse en un monstruo que constantemente amenaza sus sueños y su futuro?
No nos atrevimos a preguntárselo.
©CIVILES